Eran las seis de la mañana
(La hora de las infamias en la guerra)
Muy despacio abrí la contraventana
del viejo cuarto de hospital;
un rayo de luz hirió mis ojos enrojecidos
de insomnio.
Ráfagas de aire azotaban hilos de lluvia
en las ventanas .
Apoyando la frente en el cristal
miré la calle :
un mendigo empapado arrastraba
un carro de la compra lleno de harapos,
y un perro abatido lo seguía en silencio.
Mis ojos arrasados seguían la comitiva.
Tuve envidia de aquel hombre;
cambiaría mi vida por su vida,
mi juventud casi estrenada,
por su edad indefinida y sus harapos.
Hasta mi alma cambiaría por su alma.
Todo lo daría.
El orgullo de mi reciente carrera
( de que me sirve ahora ? )
El destello de aquel amor todavía clavado
como un aguijón,
ahora solo es veneno.
El viento se ha llevado vestigios de palabras
no pronunciadas,
de amores no resueltos.
La vida , al fin y al cabo, es mi deudora.
La nostalgia de vivir,
como un cangrejo hambriento,
me muerde las entrañas
y siento la cruel quemadura de la renuncia.
A través del cristal el vagabundo
se funde con la lluvia;
para él mañana será otro día,
y podrá comer, amar, besar
y escoger con libertad el destino de su vida.
Al alba, a esa hora que en las guerras
se consuman las infamias,
me abrirán el pecho,
allí cerca, donde late el corazón.
Mi vida es ahora una cuestión de porcentajes.
Tengo venticinco años, solo soy un muchacho
que apenas ha aprendido a amar
y que nada le ha podido dar a la vida
ni ella a mí.
Pero el implacable jugador ya ha lanzado
sus dados al viento,
y a él no le importa el resultado.
.................................................................
Pero no acaba aquí la historia,
(Y aquí estoy yo para contarlo)
El astuto jugador
dueño de este inmenso casino
que es la vida,
por una vez perdió su apuesta.
Quizás por que a esa edad
yo creía en los milagros;
o su codicia se había saciado
con tan inmensa ganancia
y tantos dados marcados.
(Ese eterno jugador que cercena, hiere, mutila,
sin compasión ni causa, en ese extraño
y aleatoria orden que le dictan sus caprichos
de jugador empedernido.
Ese día su capricho no fue mi vida)
Pero el jugador, con paciencia infinita,
siempre espera,
pues al final del juego,
cuando se acaben las monedas,
en ese derroche sin tino
que es el caminar por la vida;
el jugador implacable,
siempre exige su ganancia.
Como ya es sabido,
el casino siempre gana.
Hernán 03/03/17
Tuve mucha suerte, lo que decían era un
linfoma de hodgkin, resultó ser algo benigno