martes, 18 de abril de 2017

EN MEMORIA DE UN ABUELO




A Manuel Blanco Parmo 
Mi abuelo, al que no pude conocer 


Habría una saca de presos esa noche.
Lo sabían al oír emborracharse a los verdugos.

Los hombres metían notas de despedida
por debajo de las puertas. Notas de amor.
Hervían  plegarias en los labios de las mujeres.
Las lágrimas se deslizaban suavemente
en las mejillas de madres atormentadas de dolor,
encanecidas en el vértigo de la espera;
con el tacto vacío entre sus manos

Hombres al borde de tapias infamantes,
amortajados en la rosada luz del alba
con  azogue en las pupilas.
Detrás de túneles de acero estaba el plomo
y mas lejos el brillo de los párpados
exhalando un vacío doloroso.

Rostros petrificados por el silencio
enfrentados al pánico y la nada
resignados al fin a no existir.
Se les ha negado hasta
un beso fugaz de despedida
o el tacto de una piel entre los dedos.

Un desolador deseo de ir hacia la protección
de unas manos, invocando  el pasado;
el primer beso. Que la vida deponga
sus cuchillos afilados.

Después de tantos años
por fin pude encontrarte
confundido entre otros miles,
bajo una losa de granito idéntica a otras muchas.
Allí están tus sonrisas que jamás podré ver,
porque las tierra se las trago sin devolverlas.

Si pudiera  huiría contigo esa mañana
de cristales lívidos, roja en las acequias
para darte un poco de calor, de humanidad.

He visto  ese depósito de sufrimiento:
injusticias calladamente consumadas,
humillaciones, puños apretados disimulando la ira.
Todo  se guarda aquí en silencio, inconmovible,
bajo losas de granito: gris, oscuro; como la vida.

Las lágrimas de sal, germinaron malas
hierbas, matojos peleando entre las grietas.
Una florecilla solitaria crece
con  amor entre dos losas de cemento.

Un hombre ya viejo las limpia con ternura.
Sus dedos, como ramas secas, agostadas,
acarician la flor y sueña con risas de su padre.

Ese día yo también plante una rosa en tu recuerdo.
No podrás verla ni oler su aroma
y se marchitará seguramente en el invierno,
pero será un testigo fugaz de mi presencia.

Entre tanto,
llega otra vez la primavera
Y junto a las tapias
crecen rojas amapolas
como una venganza sutil de la naturaleza

Hernán 






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