viernes, 7 de abril de 2017

SIGNOS EN LA ARENA (Playa de Área Longa)



En el crepúsculo, cuando la luz se volvía anaranjada
desvayéndose entre aguamarinas y turquesas;
la resaca , agradecida, regalaba conchas
y piedras de colores.  Formas y figuras; seres vivos,
que al morir nos desvelaban su belleza.

Todas las tardes te veía  dibujando
con conchas en la arena signos y señales,
que solo el mar y el viento descifraban.

Tú guardabas  el secreto y el mar y  las mareas
lo borraban para siempre.

Recuerdo muy bien tu figura: vestida de blanco
con los pantalones remangados y la
espuma lamiendo lentamente  tus tobillos.
Trèmula de gotas, te discurrían acariciando
la seda de tu piel: fulgor, destellos, sensación pura;
deslumbrada por la luz amoratada del ocaso.

De pronto, las gaviotas elevaban el vuelo
como un resplandor al paso de un velero.

Con  pasos cadenciosos te hundías  en la arena.
En las manos tus zapatos rojos brillaban como pájaros exóticos.
Indiferente a las miradas de los hombres.
Pero al volver hacia el mar tu rostro,
se vislumbraba en él  una expresión de melancólica tristeza.

Donde el horizonte y luminosidad combaten su existencia,
allí estaban tus ojos; como si la luz, casi extinguida
te robase al huir algún secreto.

En mi cuarto de hotel,
con  la bujía  encendida y el frío lamiendo los cristales,
desde mi ventana veo el mar pausado que guarda tus enigmas.
Allí donde el azul oscuro , inexpugnable,
se funde con la arena,
brillan signos que esta noche la marea irreverente ha respetado.
Caracolas y conchas desnudas, laten y cantan
entre  el fervor del mar y el rezo monótono del agua .

Esperé al nacimiento turbio  de la luna
y me aventuré en la noche  como un ladrón de inocencia;
con la gorra calada, avergonzado,
seguí sus huellas desdibujadas en la arena.
Los pinares oscurecidos, latían al  pararse el viento
y rezumaban un fresco olor a resina.
Testigos solitarios de mi sacrílega aventura.

Al llegar a tus dominios, las caracolas y conchas,
como luciérnagas de colores,
palpitaban a la luz de la luna perezosa.

Aunque faltaba alguna consonante,
pude descifrar al fin el argumento.
El misterioso mensaje, con tanta insistencia repetido,
era solo una palabra:
el nombre de mi mejor amigo y el signo eterno del amor:
un corazón de corales desfigurado por la espuma.

Hernán 07/04/17






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