Un día me
dijiste :
«cuando yo me muera, morirá
la mujer que
más te quiso»
La que me trajo al mundo se
marchó de este mundo.
Porque una vez habitamos el
mismo cuerpo,
y me sentiste fluir en tus
venas,
fui para ti un dios
poderoso y sagrado;
lo único real y
necesario.
Quien me va a llamar ahora
para decirme:
que me ponga el abrigo, que
voy a resfriarme.
Que tenga mucho cuidado al
conducir por la noche.
Que vaya a recoger las
galletas recién hechas
y el jersey tejido con tus
manos,
y decenas de manteles de
ganchillo.
Aquel minucioso croché
realizado con tus dedos
torcidos por la
artrosis;
esos dedos y esas manos que
mi padre adoraba.
Jamás olvidaste un
cumpleaños:
un sobre, cien pesetas
sisadas a la compra,
una carta con letra
redondilla. Y al final:
«Tu madre que te
quiere»
Derrochaste
dignidad,
pues no hay mayor dignidad
en la tierra
que el amor y el cansancio
sin pagar.
Siempre allí sentada en la
esquina del salón con los ojos
domados por la luz y el
cansancio,
pero que bullían de vida al
verme a través de la ventana.
Ella, que me llamaba a todas horas, para saber de mí.
Quien me llamará ahora para preguntarme si estoy vivo?
Con pesar, dejo a medias el
poema;
me levanto de mi silla, me
acerco a su recuerdo y la respiro:
huele a mar, eucalipto y
tortilla recién hecha,
a galletas María fritas con
dulce de membrillo,
y al aroma de sus manos, aún
de seda,
acariciándome, mientras
dormía feliz
con el horizonte del mar en
mis retinas.
Por primera mera vez estas
ociosa.
Vi caer de tus manos el
último bordado,
en la misma esquina del
salón,
donde hacía un instante me
cantabas
dulcemente nuestra canción
de la infancia.
Recuerda mamá:
todavía me siento dios en tu
presencia .
__________________________________
Cuánto tiempo ha pasado y
hasta hoy
no sabía que te quería
tanto.
Hernán
13/12/18