miércoles, 8 de marzo de 2017

ESOS DÍAS HORRIBLES


Eran las seis   de la mañana 
(La hora de las infamias en la guerra)
Muy despacio abrí la contraventana
del  viejo cuarto de hospital;
un  rayo de luz hirió mis ojos enrojecidos
de insomnio.
Ráfagas de aire azotaban hilos de lluvia
en  las ventanas .
Apoyando la frente en el cristal 
miré  la calle :
un  mendigo empapado arrastraba 
un  carro de la compra lleno de harapos, 
y un  perro abatido  lo seguía en  silencio.
Mis ojos arrasados seguían la comitiva.

Tuve envidia de aquel hombre; 
cambiaría mi vida por su vida, 
mi juventud casi estrenada, 
por su edad indefinida y sus harapos. 
Hasta mi alma cambiaría por su alma.

Todo lo daría.
El orgullo de mi reciente carrera 
( de que me sirve ahora ? ) 
El destello de aquel amor todavía clavado
como un aguijón,
ahora solo es veneno.

El viento se ha llevado vestigios de palabras  
no pronunciadas,
de amores no resueltos. 
La vida , al fin y al cabo, es mi deudora.

La nostalgia de vivir,
como un cangrejo hambriento, 
me muerde las entrañas
y  siento la cruel quemadura de la renuncia.

A través del cristal el vagabundo 
se funde con la lluvia; 
para él mañana será otro día, 
y podrá comer, amar, besar 
y escoger con libertad el destino de su vida.

Al alba, a esa hora que en las guerras
se consuman las infamias, 
me abrirán el pecho,
allí cerca, donde late el corazón.
Mi vida es ahora una cuestión de porcentajes.

Tengo venticinco años, solo soy un muchacho
que apenas ha aprendido a amar 
y que nada le ha podido dar a la vida 
ni ella a mí. 

Pero el implacable jugador ya ha lanzado 
sus dados al viento,
y a él no le importa el resultado.


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Pero no acaba aquí la historia, 
(Y aquí estoy yo para contarlo)

El astuto jugador 
dueño de este inmenso casino 
que es la vida, 
por una vez perdió su apuesta. 
Quizás por que a esa  edad 
yo creía en los milagros;
o su codicia se había saciado
con tan  inmensa ganancia 
y tantos dados marcados. 

(Ese eterno jugador que cercena, hiere, mutila,
sin compasión ni causa, en ese extraño
y aleatoria orden que le dictan sus caprichos 
de jugador empedernido.
Ese día su capricho no fue mi vida)

Pero el jugador, con paciencia infinita, 
siempre espera,
pues al final del juego,
cuando se acaben las monedas,
en ese derroche sin tino 
que es el caminar por la vida;
el jugador implacable, 
siempre exige su ganancia.

Como ya es sabido, 
el casino siempre gana.


Hernán 03/03/17

Tuve mucha suerte, lo que decían era un 
linfoma de hodgkin, resultó ser algo benigno 







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