martes, 31 de mayo de 2022

ALFONSINA Y EL MAR

 

   "Lo único que me duele de morir, es que no sea de amor”

                                       Gabriel García Márquez
                  

“El amor es como Don Quijote: cuando recobra el juicio
                              es para morir “
                                                         Jacinto Benavente 


   El tema de “Alfonsina y el mar estuvo de moda en los colegios universitarios de los años 70; y el disco de Mercedes Sosa “Mujeres argentinas” corría de mano en mano. Desde: por supuesto, “El negro” ( el más rojo de los colegios), Pío XII, San Juan Evangelista, (el «Jhonny»); hasta acabar en el nuestro: Elías Ahuja; al que llamaban “Un teatro con colegio”, por la dimensión del teatro y su extraordinaria sonoridad; donde acudían los mejores artistas del momento como “prueba del algodón” de alguna de sus nuevas obras. Allí oí: desde los sinceros aplausos al todavía joven Enrique Morente, hasta los abucheos y silbidos nada menos que al preestreno de la canción “Algo de mí” de Camilo Sesto (más por su vestimenta y aspecto que por la canción en sí)

   Cuando “ Alfonsina” llegó a nuestro colegio, quedé subyugado por la versión que nos ofreció Cecilia (que por entonces estaba intentando redondear el “Dama dama” ). Me subyugó tanto la trágica historia de amor que desprendía su letra, como la deliciosa melodía, que Cecilia se encargó de clavarme bien hondo.

   Esa obsesión por la muerte no decidida por la naturaleza, me ha acompañado toda la vida. Pero la muerte por amor, me ha descolocado siempre, sobre todo por la tremenda incógnita que nos plantea.

   Alfonsina y el mar es una zamba compuesta por el pianista argentino Ariel Ramírez y el escritor Félix Luna, publicada por primera vez en el disco de Mercedes Sosa “Mujeres argentinas”, de 1969.La canción es un homenaje a la poetisa Alfonsina Storni quien se suicidó, según narra su letra, internándose lentamente en el mar.

   Sin embargo, después de investigar un poco, supe que la depresión de Alfonsina sí era real, pero su motivo era el cáncer que tres años antes le había arrebatado un seno durante una operación quirúrgica. Y su muerte en el mar también fue real, pero en lugar de caminar aguas adentro, Alfonsina se lanzó desde el espigón —un macizo saliente en la costa— de la playa La Perla, en Mar del Plata.

   Pese a todo, también su muerte nos ha dejado una incógnita: antes de arrojarse al mar, envío un poema al diario La Nación ( “Me voy a dormir”). En su última estrofa se despedía: “Si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido...”

   Y en la letra de la canción, Félix Luna interpreta :

"Y si llama él no le digas que estoy dile que Alfonsina no vuelve.
Y si llama él no le digas nunca que estoy, di que me he ido.”

   En el secreto de esas palabras, que nadie ha conseguido descifrar, he buscado algo extraordinario que impulsara a la poeta más allá del abismo. Morir por amor es lo que nos revela la canción.

   Preferimos los mitos a las realidades, pues así podemos moldear a nuestro gusto esa vulgar costra que rodea al mundo, impregnándolo de ese último acto de libertad y de dignidad.

   Los motivos literarios que desgrana su biógrafa, Josefina Delgado:
 la naturaleza«potente y que despierta todos los instintos», que «se funde con la mujer y le dice que tiene un cuerpo y que debe oírlo»
También se ha manipulado a Alfonsina con el mito de su feminismo radical, casi siempre por añadir personas sobresalientes a su causa. 

Dice Alberto Acereda :

“…Basta leer la poesía de Alfonsina Storni para comprobar el mito falseado del feminismo más burdo. En la Storni está el yo de mujer, el sentimiento encarnado de la hembra que aboga por la igualdad con el varón pero que confiesa también, sin escrúpulos, la necesidad del hombre como compañero.”

Hernán, Mayo 22



“No quiero mas vida que su vida …”

“Morir así es morir de amor “

Camilo Sesto 


 

viernes, 13 de mayo de 2022

LA ÚLTIMA MIRADA


                         El Elogio del Horizonte

 

Tanto suicidio, e intento de suicidio en estos días, me ha recordado este relato que ya escribí hace algún tiempo.

En Agosto de hace unos años  una pareja de jóvenes encontró la muerte al caer por el precipicio que existe allí donde se pone el sol. Era más o menos a la misma hora que se hizo esta imagen y quizás fuera algo parecido lo que vieron por última vez.

A ellos les dedico este pequeño relato.

 

Nadie se fijó en la chaqueta de lana pulcramente doblada, ni en la tenue huella que dejaron sus cuerpos sobre la hierba del acantilado; sobre la tierna, húmeda y olorosa hierba.

Según dicen, se precipitaron abrazados al encuentro de las blancas rocas donde bate el mar. El cabello rubio de la niña alborotado como el frágil aleteo de una mariposa o el vuelo de una paloma herida por el viento.

El niño que la abraza; las blancas rocas; el mar rugiente. Surgen precisos y dibujados con una realidad que les llena el alma de un pavor desconcertante, de una última y miserable duda.

Allá arriba; el indiferente ídolo que les dio cobijo, elogia el horizonte en ese gesto inútil de abrazar el viento derrochando, su falsa, huidiza y engañosa sombra. Impasible, como el eterno jugador que cercena, hiere, mutila, sin compasión ni causa; en ese extraño y aleatoria orden que le dictan sus caprichos de jugador empedernido.

Las blancas e inofensivas rocas batidas por el mar: hieren, cortan, laceran con su tímido e inocente filo, las níveas, propiciatorias y entregadas carnes de una niña que ya jamás podrá ser amada; o quién sabe si cumpliendo su designio y burlando al fin la partida al implacable, al omnipresente, al todopoderoso jugador, fuese ahora amada para siempre; libre al fin de esas promesas que nada más nacer ya se corrompen; porque, al fin del todo, ningún amor merece el cruel destino de la muerte. Quien soy yo para saberlo.

Cuando la arrancaron de aquellas blancas e inocentes rocas batidas por el mar, llegue a ver (ojalá hubiera salido huyendo) su rostro transparente que nunca había sabido interrogar y que se entregaba a una enigmática sonrisa, a una misteriosa y huidiza sonrisa, que no pude comprender y que todavía ahora presiento a cada instante a cada latido de mi corazón.

Envolvieron su cuerpo frágil y roto de promesas, con jirones de su falda de colegio; la plisada de cuadritos que su madre había planchado esa mañana. Y cuando cerraron sus ojos para siempre, pude vislumbrar aquel último reflejo del color de las algas húmedas que acaricia el mar.

Con el alboroto y el ulular de las sirenas, nadie se fijo en la chaqueta de lana pulcramente doblada, ni en la tenue huella que dejaron sus cuerpos sobre la hierba. Pero yo si pude sentir su suave tacto y el ligero olor de su perfume.

 El niño al que tan fuerte se abrazaba nunca fue encontrado; solo un retal de su impermeable ondeo algún tiempo en la cima de una blanca roca que bate el mar, pero de él nunca se supo.

Alguien me dijo que en el fondo del mar se adivinan aquellos misterios que la vida nos ha negado comprender.

 Todas las noches sueño con la blanca niña del acantilado, quien sabe si para sentirme avergonzado de seguir viviendo, o para preguntarme porque vivo.

 

Hernán (Mayo 22)


sábado, 7 de mayo de 2022

DIBUJOS A LÁPIZ DE ELENA EN BAJA RESOLUCIÓN

 


(Con dos dedos pinchar y extender para ampliar la pantalla; y activar el altavoz)