miércoles, 1 de junio de 2022

LA MUJER DEL AUTOBUS

 Este antiguo cuento, (de hace 16 años) lo he dedicado a esta mujer que con su eterna sonrisa nos saludaba todos los días desde su banco de la parada del autobús de Viesques. No sé qué ha sido de ella pues jamás la he vuelto a ver, pero todavía después de estos años la recuerdo.

El relato es tan antiguo que las marcas de teléfonos coches y programas de TV son totalmente “vintage”. Los mantengo por poner en contexto este relato entre sardónico y trágico. (O eso pretendía, al estar basado en hechos reales).

 

  Tiene una edad indefinida, el pelo muy rizoso y cano y gafas gruesas de niño empollón. Viste un chaleco de lana blanco y una camisa de flores rojas. Siempre esta muy limpia y aseada, y siempre en la misma postura: sentada en la esquina del banco de la parada del autobús de Anselmo Solar, desde que amanece hasta que se pone el sol.

Es una parada de diseño vanguardista, de cúpula de metacrilato transparente con un banco asociado, moderno, pero incomodo.  Todo el lateral esta ocupado por un anuncio con luz incorporada que cambian todas las semanas. Esta semana, le toca a una bellísima modelo de piernas interminables y generoso escote. Va enfundada en una piel negra, muy ajustada a sus curvas. Otra modelo de la misma traza, la acaricia por atrás con mirada sensual y provocadora.

 La mujer del banco, pese a llevar toda la mañana esperando, no parece cansada. Su postura es modosa y pulcra: las rodillas y los pies juntos, las dos manos sobre los muslos y la espalda recta. Su mirada esta fija ahora en las modelos del anuncio. Escudriña con atención y balancea lentamente la cabeza, como un perrito juguetón. De vez en cuando, estira tímidamente una pierna he intenta imitar la modelo; enseguida, como avergonzada, la recoge de nuevo. Su mirada se eleva ahora hacia el busto, blanco y perfecto de la chica del anuncio, después se mira el suyo, plano y seco como una estepa de Castilla y con sus manos estira el chaleco de lana en un torpe gesto de imitación, pero al ver el resultado, vuelve a su postura inicial modosa y quieta.

Por la acera, se acerca una pareja de adolescentes con vestimenta de tribu de barrio. Él chico, escuálido y demacrado, lleva el pantalón tan holgado, que ni se le vislumbra el trasero. Una ristra de aretes le atraviesa las orejas y acuchilla las mejillas con una variada colección de piercings. La chica de pelo de escoba color bermellón, es: bajita y regordeta, Su cuerpo es como un acerico andante: gordo, fofo y apuñalado también por un sinfín de artefactos punzantes. El jeans, áspero y sucio, le nace justo encima del pubis, dejando al descubierto una   blanca masa, donde baila temblante un dragón bicéfalo.

La pareja, al llegar a la parada del autobús, se enzarzan en un violento morreo, en el que la rolliza del pelo de escoba lleva la iniciativa. Se lamen, entrechocando acero contra acero.

La mujer del banco, los mira sonriente. Su sonrisa es amplia y divertida y hace gestos de aprobación con la cabeza.

El canijo, respirando fatigado, observa los gestos de la mujer desde su posición de cúbito supino y emberrinchado, la insulta:

—¡He, tu!... ¡tontalaba! . ¿te gusta ver morder? —abronca asomando su jeta entre las blancuras de grasa.

—No me extraña: con esa cara culo, no creo que hayas dado el pico ni a las cabras de tu pueblo. 

La chorba del pelo de escoba se desternilla de risa, y el dragón bicéfalo se agita  en su vientre fofo y blanco.

—¡Joer tío, eres cojonudo!... ¡vaya pirada! —exclama tronchándose.

La mujer del banco se arrima a su esquina, y no deja de sonreír. Su postura es la misma.

La pareja de tribu de barrio se aleja entre alegres carcajadas.

Ahora se acercan a la parada, dos mujeres cogiendo de la mano a sendos rapazuelos de cara enrabietada.

Las mujeres hablan de “Salsa rosa”, su programa preferido, y comentan a gritos las bondades de la cárcel de Alhaurín de la Torre, donde Julián Muñoz, el exalcalde de Marbella se ha adaptado a las mil maravillas trabajando duro y feliz en el economato

Mientras tanto, los niños de cara enrabietada, observan con ojos de futuros alcaldes de Marbella, a la solitaria mujer del banco. Ella, les sonríe con amabilidad observándolos desde sus gruesos cristales de culo de vaso. El niño con más cara de alcalde de Marbella, se agacha y coge una china del suelo; la mira con maldad, la escupe, y haciendo puntería la lanza con ganas hacia la mujer del banco. La china puntiaguda le da de lleno a la mujer en un lado de la frente, y una gota de sangre brota de la pequeña herida.

La madre deja su bolso de Luís Vuitton en el banco, mira hacia los niños y les reprende desganada:

—¡Os tengo dicho que no se tiran piedras! —exclama sin mirar siquiera a la mujer.

Y prosigue con los jugosos comentarios de cómo vive “Cachuli” en la cárcel.

La mujer del banco se agacha, coge la china y se la ofrece sonriente al niño de ojos de futuro mafioso. El niño, perplejo, mira a la mujer sonriente y encantado;  piensa que aquello es mas divertido que tirar al pato en la feria. Raudo, se aprovisiona de todos los cantos que encuentra y los comparte gustoso con su compañero de equipo. Al momento los dos compinches de colegio de pago, como un rayo, empiezan a lanzar pedradas. En la esquina, la mujer después del primer impacto adopta una posición fetal y se protege con los brazos la cabeza.

La mujer, del bolso de piel de marca pija, intenta ahora parar aquel lapidamiento, y coge a los niños por la oreja.

—¡Os he dicho que no se tiran piedras! —regaña con furia—¡Podríais haber roto un cristal!

La mujer del banco, saca un pañuelo blanco y se limpia la cara de sangre, después mirando a sus verdugos sonríe y les dice unas palabras inconexas.

—La culpa es de la familia—dice la mujer del bolso de Luís Vuitton a su amiga— A estas personas hay que recluirlas. Además, con esta gente pierde categoría el barrio.

Llega el autobús y el pequeño grupo sube sin mirar atrás.  Los pequeños engendros, desde al asiento trasero, mueven las cabezas haciendo chirigotas y gestos de burla. Al alejarse, miran a la mujer del banco, y escupen con rabia el cristal de la ventanilla.

 Durante el resto de la mañana la mujer, siempre con su eterna sonrisa y con gesto amable, despide, o da la bienvenida a los viajeros. De vez en cuando, suelta una frase que nadie entiende. Los viajeros, ni se fijan en ella, o se apartan con cara de enojo.

 Al finalizar la tarde, un borracho responde a sus gestos, y la invita a un trago de vino. La botella esta sucia y envuelta en un papel de periódico, pero la mujer la coge y le da un trago con gesto radiante. Después se abrazan y el viejo borracho sigue su camino.

Más tarde, cuando la calle se va quedando desierta, un perro callejero se acerca olisqueando la acera. De vez en cuando, se sienta, y con frenesí se rasca las pulgas. Un poco más allá, levantando una pata, echa una meadita a una farola estilo Gijón. Al llegar a la parada del autobús, se queda mirando a la mujer del banco. Lentamente se acerca husmeando y meneando la cola. La mujer adormilada, tiene la barbilla apoyada en el pecho. Al sentir la proximidad del chucho vagabundo, abre los ojos y lo mira a través de los gruesos cristales. Una expresión de alegría inunda su rostro. Después, saca un caramelo del bolso con sus manos deformadas por la artritis; le quita el papel, y se lo ofrece al chucho. Este se acerca, olisquea y con delicadeza lo muerde con satisfacción. Después se la queda mirando con esa mirada que solo tienen los perros. La mujer se agacha y lo acaricia una y otra vez. El perro vagabundo olfatea su cara y mueve el rabo con satisfacción. Cuando huele la sangre reseca de la pedrada, la lame como si la herida fuera su propia herida. Entonces unas lágrimas asoman por debajo de los empañados cristales de culo de vaso.

Cuando se pone el sol, la mujer se levanta y lentamente camina por la acera entre la sombra de las farolas. Al llegar al paso de cebra se detiene y después de mirar hacia los lados, se decide a cruzar. Va cojeando con lentitud.

A unos doscientos metros, un ejecutivo engominado y de traje azul marino, conduce un BMW Z4 a más del triple de la velocidad permitida. Su acompañante es otro hombre joven, cortado por el mismo patrón. El ejecutivo mientras conduce habla con energía por un teléfono Nokia con bluetooth. Al ver a la mujer, suelta el teléfono y pega un tremendo frenazo. Se oye un chasquido y el chirriar de los neumáticos al derrapar. Salen nubecillas de las ruedas y olor a goma quemada. El coche patina, pero saltan los ABS y el Z4 queda clavado. Solo es un pequeño roce de su defensa el que desequilibra a la mujer y la hace caer. Sus gafas de culo de vaso vuelan por los aires y al caer se hacen añicos. Junto al flamante BMW, la mujer se levanta como puede y sonriente mira al coche con un gesto de disculpa.

El ejecutivo furioso da un puñetazo en el volante y muy agitada berrea sin control.

—¡Joder, joder...! ¡Casi mato ha esta imbécil!... ¡Esta claro que le hubiera hecho un favor, pero a mi me destrozan la vida!

Un poco después, ya repuesto del susto, hace de nuevo rugir el potente motor y sin mirar atrás parte veloz. Dirigiéndose a su compañero se desahoga:

—Mira tío, yo no estoy de acuerdo con la eutanasia, pero esta gente así es una carga para la sociedad, deberían ponerles una inyección al nacer, o algo así.

En el paso de peatones la mujer de la parada del autobús, casi a tientas, recoge sus gafas destrozadas y tambaleante sigue su camino, no sé exactamente hacia donde.

 

Dedicado a la mujer de la parada del autobús de Viesques

Lunes 1,45 AM 07/08/2.006

Copiado al blog el 01/6/2.022

 

Hernán

 

 

 

 

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